Crónica De Un Accidente De Tren En Tobarra
(2003) Hace 20 años, estuve yo en un accidente de tren. Ésta es la crónica de esa noche.
(Publicado originalmente en La Opinión de Murcia en enero 2003, algunos días después del accidente, que ocurrió cuando el Talgo que cubría la ruta habitual entre Madrid y Murcia se salió de las vías sobre las 19h00 el sábado 4 de enero a la altura de Tobarra, Albacete)
Menos de 10 segundos
El primer tembleque del vagón es lo suficientemente fuerte como para hacerme dejar de de trabajar con mi ordenador. Levanto la cabeza y miro a los demás. Nos miramos todos, asustados. Brevemente, deja de moverse el vagón pero no para que nos quedemos tranquilos del todo.
Después de tres segundos, más o menos, el vagón ya no deja de temblar. Empieza a desequilibrarse. Mucho. Y el ruido aumenta. Metal contra metal. Se van todas las luces. Se rompen las ventanas y se escuchan muchos gritos. ¿Que coño está pasando?
Está fuera de control. Vamos más rápido. La fuerza de todo me empuja contra el asiento. ¿Qué hago? ¿Esa postura de seguridad que te enseñan en los aviones o mejor quedarme recto en mi silla, ya que da hacia atrás y será menos choque cuando se para esto contra algo? Me quedo sentado normal.
Se caen las maletas. No veo casi nada. Ahora hay mucho, mucho ruido. El ordenador ya no está encima de mí. Da igual. Qué miedo, esto me está ocurriendo ahora a mi.
Casi, casi no hay tiempo para tener miedo. Pienso en mis opciones. Empieza a pararse el tren, a golpes. Se escucha el ruido del metal contra las piedras. Ya está, parados. Hay un segundo de silencio.
Empiezan los gritos. Siento miedo. ¿Se ha volcado el vagón? ¿Prenderá fuego? Una salida, hay que buscar una salida rapidísimamente. La ventana al lado de mí está intacta; yo estoy bien. La puerta justo detrás esta cerrada. El martillo ese rompecristales está encima del asiento del chico de al lado. ¿Donde está? A ver si lo encuentro en la oscuridad. No veo nada. No encuentro el martillo ni nada que se parezca.
Intento tirar la cadena de alarma pero no funciona. Como si hiciera falta. Hay que encontrar una salida ya. Voy a intentar la puerta otra vez. ¡Sí! Veo un hueco y fuerzo la puerta. La abro. ¿Ahora por donde? Se ve una luz cerca.
¿Por aquí podré salir? Con cuidado, con cuidado, que no sé qué hay al otro lado de esto. Se ve la vía y un gran cable eléctrico colgado en la puerta. ¿Tendrá corriente? Con cuidado. Va. Salgo. Soy el primero en salir del vagón.
¿Dónde coño estamos?
Estoy al lado de la vía y el vagón se ha salido un poco pero no se ha volcado. Por aquí se puede salir. Hay que decírselo a las personas que se han quedado dentro. Les digo a gritos desde la puerta que sigan mi voz, que por aquí se puede salir.
Sale despacio un hombre mayor que estaba sentado enfrente de mí (y con quien había hablado de cuál era el mejor asiento: los que dan hacia delante o hacia detrás, antes de salir de Chamartín. Él había cambiado el suyo con el chico que subió en Atocha porque le sentía mejor. No sé qué opinará ahora.)
¿Ahora qué? Hay que dejar a alguien saber lo que ha pasado: “1 –1–2 — LLAMAR” Ven, ven, rápido, por favor. Ya: “Se ha descarrilado el tren Madrid-Murcia entre Albacete y Murcia.” “¿Dónde?” me pregunta el policía. Ni puta idea. Estamos a oscuras y más lejos se ve las luces de un pueblo. “¿Cuál?” Ni idea.
Le digo al policía que se espere un segundo y salgo corriendo para intentar encontrar a alguien que lo sepa. Es muy importante que sepan dónde estamos. Subo a lo largo del tren para acercarme a las luces y, mientras, veo cosas terribles.
Veo a muchas personas gritando con sus caras cubiertas de sangre. Veo escombros: ¿será parte del tren?
Veo a una niña muy trastornada y a una mujer a su lado llorando con su cara cubierta de sangre y polvo. ¿Qué habrá pasado? Hay otras personas también hablando con los móviles. Llego hasta la locomotora y veo a alguien dentro: dice que es el conductor. También está intentando hablar con su radio.
Me encuentro con dos tipos en monos verdes en un camión blanco. ¡Qué rápido que han llegado! Les pregunto dónde coño estamos. En Tobarra, dicen, a la altura de la vieja nacional 301.
“¿Está seguro?” pregunta el policía. “Sí,” dice el hombre con el bigote y el mono verde dentro del camión. “No se retire,” dice el policía, que me va a pasar con un médico. Se pone el médico. “¿Hay heridos?” “Sí, muchos.” “¿En qué estado?” “Graves, muy graves, muchas personas muy graves hay aquí.” Ya vendrán los ambulancias.
¿Ahora, qué? Heridos, ayudar a los heridos. Vuelvo a mi vagón para ver que está pasando allí. Entro y un chico me da el ordenador. Lo doy a una chica que está muy asustada para que lo guarde fuera. Una mujer se ha roto la pierna y sale despacio. Aquí no hay heridos graves. Más hacia atrás sí hay, muchos. Voy allí, a ver qué puedo hacer.
El amasijo de hierros
Vuelvo a los escombros. Primero veo a dos chicas tumbadas con sus caras cubiertas de sangre y gritando. Están bien, entonces, más o menos. Subo al amasijo y bajo al otro lado. Veo a varias personas entremezcladas entre las piedras, los trozos de hierro y lo que queda del vagón, que es poco, o nada.
Hay una mujer con gafas, medio tumbada, medio apoyada contra algo, llorando y gritando muy fuerte que se le han rotos las piernas y que tiene mucho frío. Le digo que intente no preocuparse, que ya vienen las ambulancias; si ahora está consciente y gritando, está relativamente bien. Le doy una chaqueta de entre las cosas que hay tiradas en el suelo para que no tenga tanto frío.
Oigo los gritos de un hombre detrás de ella, totalmente atrapado bajo los escombros. Bang. Bang. Bang. “¡Sácadme!” grita.
En el suelo, al lado de la mujer con las piernas rotas, noto algo extraño: no sé si son escombros, equipaje o una persona. No se parece mucho a una persona pero ¿y si lo es? Rápido. Esto no me gusta nada, huele mal. Algo verde cubierto de polvo. Lo toco para ver qué es. Una parte de lo que está cubierto de polvo resulta ser la piel gris de la espalda de una mujer.
¡Es una persona! ¿Viva o muerta? Rápido, venga, rápido ahora. Pulso, hay que buscar un pulso. ¿Dónde? No sé dónde está la cabeza ni los brazos. Se le ve la pierna a un ángulo muy extraño y el pie no lleva zapato. ¿Dónde está el puto pulso? Allí está el cuello. Está cara abajo.
Meto mi mano por debajo para intentar encontrar el pulso. Noto el calor de la piel de su cuello y se mueve algo. ¡Tiene pulso, allí está! ¿Está consciente? No quiero moverla por si tiene algo roto en el cuello o la espalda. Le doy pellizcos en la espalda y el cuello. Nada. Ninguna reacción.
Me levanto la cabeza un poco para ver qué más hay. ¿Qué coño es todo esto? ¿Qué hacer? Están intentando mover a una de las chicas tumbadas: “¡Allí, no! ¡Qué no la movéis hasta que vengan los bomberos!” ¿Dónde están los bomberos? Menos mal que esto no se está prendiendo fuego, pienso, porque si no, estaríamos peores todavía.
Ayudo a un hombre mayor a ponerse de pie y a salir de los escombros y nos caemos los dos, el más abajo que yo, y hay que levantarlo otra vez. Ya veo chaquetas rojas. Llegan los de la Cruz Roja y se echan directamente al amasijo.
“Allí,” le digo a uno, “idos rápido más allá, que hay una mujer en muy mal estado pero que aún tiene pulso, idos rápido allí!” Se va el chico y él también se cae entre los escombros. Consigue llegar unos momentos después a la mujer.
Me bajo a donde están las dos chicas tumbadas y me dicen que tienen mucho frío. Cuando me vuelvo a levantar la cabeza dos minutos después, veo que el equipo de la Cruz Roja ha dejado de trabajar con la mujer del jersey verde. Eso significa que está muerta, me digo. Ya están intentando cuidar a la mujer con las piernas rotas a su lado.
Un tren oscuro
Ahora hay más delegados de la Cruz Roja y veo a unos bomberos. Están empezando a controlar lo que está pasando y hay un bombero que está gritando a su compañero que llame para que manden más personas: “¡Qué lo que hace falta son más personas, ya!” Hay bomberos o delegados de la Cruz Roja con todos los heridos que he visto.
¿Y si hay heridos en los demás vagones, atrapados? Le pido una linterna a una chica de la Cruz Roja y voy hacia delante. Subo a los vagones y pregunto si hay heridos. Dicen que no, así que sigo buscando por los pasillos y por debajo de los asientos. Nada.
Recorro los vagones por dentro. En los primeros, todo bien pero a oscuras con la peña subiendo y bajándose del tren con sus maletas, asustados. Una chica me pide la luz para buscar sus cosas. Le digo que no. Llego al restaurante y está vacío, con los taburetes volcados. ¿Estará encendido el horno? Supongo que lo habrán apagado ya, dado que no hay nadie aquí.
Sigo recorriendo los pasillos. Llego a mi vagón y hay cristales rotos y maletas por todo el suelo. Vuelvo a salir por la misma puerta-agujero de antes sin dar con el cable eléctrico. Non hay nadie herido dentro del tren entonces. Vuelvo corriendo a donde están los bomberos y se lo digo.
Hay muchas personas heridas y gritando. Ayudamos a un bombero a quitar escombros y luego paramos porque hay personas debajo y tampoco hay donde tirar los escombros, con tantas personas alrededor.
Han puesto al hombre mayor con quien me caí antes en una camilla improvista con una parte del vagón y les ayudo a subirle al sendero y a meterle en la ambulancia. Ya hay otra camilla dentro y el trozo de vagón que le sirve al hombre mayor de camilla no cabe al mismo tiempo. Le dejamos en el suelo por el momento.
Conociendo a Pura y Sali
Bajamos a por una de las chicas que estaba tumbada con su pierna rota. Le están poniendo dos bomberos en una camilla desplegable. La chica me mira con mucho miedo en sus ojos. Me acerco y le cojo la mano, mirándole los ojos. Ya te están sacando, chica, pienso. Le duelen mucho hasta los más pequeños movimientos. Mírame, chica, apriétame la mano. Tan fuerte como quieras. Ven. Aprieta la mano y mírame. Eso es.
Le resulta difícil a uno de los bomberos encajar la parte de la camilla que le cubre la nuca así que le cojo la cabeza mientras el bombero arregla la camilla. Subimos a la chica y la dejamos a unos metros de donde habíamos dejado al hombre mayor momentos antes. Sigo con ella y le vuelvo a coger la mano porque tiene una mirada de mucho miedo y de no entender nada. No te preocupes, mujer, ya estás fuera, ya estás fuera.
Empiezo a hablar con ella para que no piense demasiado en sus piernas. Es de Murcia. Vive en la Plaza Cetina. “¿Dónde está mi hermana?” me pregunta llorando. “¿Qué hermana?” La chica que estaba tumbada a su lado. “Está aquí detrás tuya en otra camilla y hay alguien con ella. No la ves porque estáis las dos tumbadas en camillas.”
“¿Pero cómo está?” “Está bien, hay alguien con ella. Mira, está muy cerca.” Le cojo la mano y se la estrecho hasta que toque la bota que cubre el pie de su hermana: “¿Ves? Está allí.” La chica con quien estoy se llama Pura. “¿Pura?” “Sí, Pura.” “Y tu hermana?” “Rosalía. ¿Cómo está?” “Bien, bien. Hay médicos con ella.”
No le digo a Pura que lo que veo me da mucho miedo. Los médicos están llenando a su hermana de tubos para el suero y la sangre, y cubriéndola de mantas de aluminio para calentarla.
“Tu hermana está bien, Pura, los médicos están con ella. Ven, mirame, apriétame la mano más.” Hace un gran esfuerzo por no llorar. Tiene la cara y el pelo completamente cubiertos de polvo.
Suena el teléfono móvil y lo cojo. En la pantalla pone que son las ocho y pico. Es el amigo mío que me iba a recoger en la estación de tren de Murcia a las ocho y medio preguntando por cuándo voy a llegar. Le digo que ha descarrilado el tren y que estamos aquí con un montón de heridos y muertos pero que yo estoy bien, que ya le llamaré un poco más tarde. Cuelga.
“¿Cómo esta mi hermana?” me pregunta de nuevo Pura. “Bien, Pura, están con ella.” Los médicos siguen enchufándole más tubos a Rosalía y hay una explicando a un superviviente ileso cómo sujetar la bolsa de suero. Muchos médicos hacen falta por aquí me parece.
Pura me pregunta dónde está su madre. “¿!Tu madre también!?” También se llama Rosalía. “Está aquí cerca de tus pies, Pura. Mira, estréchale la mano a mamá. Eso es.” Rosalía madre no se puede sentar ni agachar porque le duele demasiado la espalda.
Dejo un momento a Pura y hablo un rato con el hombre mayor que sacamos antes. Dice que no ve nada y veo que sus ojos están casi cerrados y cubiertos de sangre. Aprieta la cajilla de sus gafas en las manos encima de su pecho. Empieza a decirme en una voz muy baja y difícil de escuchar que no respira bien. No mola que deje de respirar.
Cojo a uno de Cruz Roja por el brazo y le insisto: “Éste dice que no puede respirar bien.” De inmediato se va a buscar a un médico y las bolsas de respiración. Cuando llega les dejo trabajar y vuelvo a Pura.
Pura tiene frío ahora, mucho frío y la cubrimos de chaquetas y jerseys. “¿Y cómo es que vais todas juntas,” le pregunto, “por qué os habéis venido todas de Madrid?” “Pues hemos ido al entierro de un tío mío.” No jodas. Viene el primer médico a echarle un vistazo a Pura. “Las piernas,” le dice, “me duelen mogollón las piernas.”
Chilla cuando el médico le toca la pierna derecha. “Apriétame la mano, Pura, aprieta.” Más chillar. Más fuerte. “No me toques la puta pierna!” grita. Le revisan el torso y todo está bien. El médico se va a ver a otro herido.
Otro médico está gritando que quiere 100% para todos, que están graves. Me pregunto durante un par de minutos que será 100% y supongo que es jerga de médicos para el oxígeno que les están dando. Un chico mete una botella al lado de Rosalía hermana.
Les faltan ambulancias. Vienen llegando más. Viene otra doctora, una nueva, a revisar a Pura. “¡Diles que no me toquen las piernas!” me grita. “Oye, que no le toquéis las piernas, las tiene muy mal.” Alguien le toca la pierna y Pura vuelve a chillar. “¡Que no le toquéis la puta pierna, la tiene rota!”
La doctora intenta meter suero en la muñeca de Pura pero no le resulta nada fácil encontrar una vena. Después de varios intentos lo mete bien. Yo la sigo mirando a los ojos y apretándole la mano. Alguien empieza a levantar la camilla y en un momento la metemos en una ambulancia.
La chica de Nigeria
El hombre mayor sigue en el suelo con los médicos, le han enchufado a un ordenador y ya hay un montón de bomberos, guardias civiles y médicos por todas partes. Veo que las personas que se han quedado en los otros vagones están empezando a pasar al lado de los heridos y los escombros y me doy cuenta de que no puedo hacer nada más aquí.
Vuelvo hacia atrás, a donde estaba mi vagón, y veo que la chica me sigue guardando el ordenador y que el chico que estaba al otro lado del pasillo de mi me ha cogido las maletas. El ordenador ya no funciona y se me han perdido en algún lugar mis chaquetas. Da igual. Da completamente lo mismo ahora.
La chica que me ha guardado el ordenador es de Nigeria. No consigo decir bien su nombre. Me doy cuenta de que tengo mucho frío y que estoy empezando a temblar. Será porque porque sólo llevo una camiseta. Me paro un momento a abrirme la maleta y a ponerme un jersey. Le cojo a la chica de Nigeria una maleta que le pesa mucho y andamos hacia la carretera.
Se tapa los ojos cuando pasamos entre los escombros y al lado de los heridos, donde cinco minutos antes estuve con Pura y su hermana. Varias personas siguen allí en camillas esperando ambulancias.
Donde antes había encontrado a la mujer del jersey verde y con pulso en el cuello, ahora veo un bulto cubierto de mantas blancas. Veo como a Rosalía madre dos chicas de la Cruz Roja le están arreglando un poco la cara y quitándole el polvo.
Cuando llegamos a la carretera me paro para verlo todo desde arriba. Hay muchas ambulancias y guardias civiles en la carretera y en el puente. La chica de Nigeria y otra que hemos encontrado en el camino bajan al pueblo.
Hablo con mis amigos para decirles que estoy bien y que no se preocupen por mi cuando vean las noticias. Cuelgo y veo que ha llegado Rosalía madre. Le ayudo a subir en el autobús que le va a bajar a Tobarra, ya que tiene la espalda mal.
¿Y ahora qué?
Vuelvo a hablar con mis amigos y me dicen que vendrán a recogerme. Llamo a una amiga de Tobarra para ver si nos tomamos algo, ya que estoy en su pueblo, pero no contesta.
Llamo a otra amiga en Madrid y me doy cuenta de que el hueco por donde salí del tren la primera vez — esa puerta con el cable eléctrico colgado en medio — era dónde se suponía que estaba el primer coche y la parte delantera del tren y allí es donde se cortó. Dos metros detrás mío.