El mensaje navideño del Rey sugiere fragilidad nacional y falta de adaptación
(25/12/2018) El monarca habla de la Constitución, la Transición, la convivencia, la economía y los jóvenes
(Original publicado: 25/12/2018)
Si el director de algún periódico español quisiera ser un poco malote con los titulares hoy, podría atreverse con “El Rey advierte contra una vuelta a la Guerra Civil en su mensaje navideño”. Obviamente no fue la dirección central del discurso anoche, ni la mencionó de manera directa, pero allí estaba. Su Majestad hablaba de la idea de la convivencia, junto con el respeto y los derechos, y dijo que “es incompatible con el rencor y el resentimiento, porque estas actitudes forman parte de nuestra peor historia y no debemos permitir que renazcan”. Toda España sabe que ese problema de “convivencia” significa el problema separatista pero el Rey tampoco mentó a Cataluña de manera directa en su lectura de las 1.200 palabras, en un tono que podría describirse en ese mismo artículo malote como el “típico aburrimiento real”. Su Majestad cumplía con esmero con las mociones festivas de cara a la nación, pero aún así alguna idea interesante había.
Relacionó la idea de la convivencia con la de la ley por ser algo que “exige el respeto” por la Constitución, no como una “realidad inerte, sino una realidad viva” que “ampara, protege y tutela nuestros derechos y libertades”. Sin embargo, allí empezaron los problemas y las contradicciones porque los separatistas catalanes ya no quieren ser españoles y, si no fuera por esa exigente ley fundamental, ya estarían en su república del País de las Maravillas. Su Majestad dijo que “la España de hoy” tiene “unos cimientos sólidos”, con “una voluntad decidida de concordia”, pero en el siguiente párrafo declaró que esa misma convivencia “siempre es frágil”, animando a sus conciudadanos a “defenderla, cuidarla, protegerla” para “evitar que se deteriore o se erosione”. Si esos cimientos son tan “sólidos”, ¿cómo pueden ser al mismo tiempo “siempre frágiles”? Si el edificio nacional necesita defensa y protección, el mensaje real subyacente es que seguramente en la actualidad está siendo atacado y amenazado. Si hay riesgo de erosión, habrá que llamar a los albañiles para que lo reparen, corriendo, antes de que se desmorone y se derrumbe.
Describió la convivencia nacional, sin embargo, como “la obra más valiosa de nuestra democracia y el mejor legado que podemos confiar a las generaciones más jóvenes”, lo cual nos lleva al segundo tema principal de la noche: los jóvenes españoles, que aún sufren, según los datos del tercer trimestre del Instituto Nacional de Estadística (INE), una tasa de paro del 33%, diez años después de que comenzara la crisis financiera de 2008. Su Majestad, enmarcándose a sí mismo como una figura paterna mayor, reconoció, de hecho, con algo que se aproxima a la empatía real, que no todo va bien en la vida de “nuestras generaciones más jóvenes” en 2018, un momento de “cambios continuos y acelerados”. Los jóvenes españoles tienen “talento”, creen “en la paz” y están “abiertos al mundo”, pero tienen “problemas serios”, incluido el hecho de no poder conseguir un puesto de trabajo, o conseguir un mal puesto de trabajo para el que no se han formado, o no poder construir una vida con “un trabajo y un salario dignos”, o por ende no poder “formar una familia”. La evolución demográfica de la nación, y los presupuestos de pensiones y salud durante los próximos 50 años, requieren que se formen muchas de esas familias.
La figura del padre también podría interpretarse como la figura paternalista. El Rey dijo que era “nuestra responsabilidad”, “tenemos el deber” de arreglar esa situación económica para los jóvenes, a quienes se refirió en la segunda persona del plural informal durante casi todo el discurso, “os tenemos que ayudar”, “nuestras generaciones más jóvenes” o “somos responsables de su futuro”. Implícito en todos los comentarios sobre los jóvenes y la economía—de nuevo el subtexto real—es que esas mismas generaciones de padres, incluido Su Majestad, magnificamente formado, no han sabido arreglar esa situación económica en esos diez años, que se dice pronto, desde el colapso de Lehman Brothers. Hasta ahora han fracasado en esa tarea generacional. Aquellos jóvenes que sólo tenían ocho años entonces, cumplen ahora dieciocho y comienzan sus aventuras en la vida adulta. Los que tenían entonces dieciocho años ahora cumplen veintiocho y se preguntan si alguna vez tendrán esos puestos de trabajo decentes o podrán construirse una vida en condiciones. A nivel de la teoría económica, “tenemos que ayudaros” puede verse como una actitud decente y responsable hacia los niños, pero también podría enmarcarse como socialismo de palacio. ¿Al Estado le toca arreglarles la vida a las nuevas cohortes de jóvenes adultos, o al Estado le toca establecer las reglas del juego y apartarse para que puedan labrarse ellos mismos un futuro, si se esfuerzan mucho en el camino?
El Rey reconoció que no era “suficiente” y que el siglo XXI es una “nueva realidad” pero más allá de unos deseos vacíos—"una España siempre mejor, porque los españoles lo merecemos”, sólo pudo ofrecerles la Transición como solución y lógicamente tuvo que hablar de eso en pasado. Su Majestad señaló que en aquel entonces todos tenían "un objetivo muy claro: la democracia y la libertad en España", pero ahora la Transición se ha convertido en retórica recurrente para las generaciones mayores, no en una visión inspiradora de un futuro mejor para los 7,1 millones de jóvenes que tienen entre 15 y 29 años, la mayoría de los cuales no tienen ni idea de qué fue todo aquello en 1978 y tampoco escuchan el mensaje navideño del monarca. No existe ese “objetivo muy claro” para estas generaciones más jóvenes, ya que sus mayores no se lo han proporcionado desde 2008, y el Rey Felipe tampoco lo hizo anoche.
Si quisiéramos ser amables con ocasión de las fiestas, podríamos decir que Su Majestad logró plantear dos de los problemas subyacentes más importantes para España—la convivencia constitucional y el futuro de los jóvenes—de manera que algunos líderes políticos podrían reflexionar, al menos durante unos segundos, sobre cómo reparar las grietas en los cimientos nacionales, que por otro lado son más bien sólidos. Si prefiriéramos por lo contrario una interpretación más miserable tipo Scrooge, podríamos decir que el mensaje navideño del Rey Felipe este 2018 ha sido otro intento aburrido de describir una realidad nacional más profunda que no es muy alegre en este momento, vista desde esa perspectiva estructural a largo plazo, dado que la Constitución está amenazada por los separatistas catalanes y que toda una generación de jóvenes españoles bien formados aún no puede construirse esas vidas y futuros en este siglo XXI.