La gran estafa de la república catalana
(28/02/2019) Puigdemont está en un falso exilio, Rufián salió a comer, Colau dijo que todo se autoorganizó y Mas que no había plan alguno para controlar nada.
(Original publicado: 28 de febrero de 2019)
Hoy ha termiando la tercera semana del juicio de los doce separatistas catalanes en el Tribunal Supremo en Madrid. He seguido todas las sesiones pero aquí no voy a intentar resolver si son culpables o no de rebelión, sedición, organización criminal o la malversación de fondos públicos, o si deberían enfrentarse a 72 ó 25 ó 12 o ningún año de cárcel. Eso le toca al tribunal y aún quedan 500 testigos, la prueba documental y los peritos, y luego los jueces se tomarán su tiempo para considerarlo todo y redactar la sentencia. Es poco probable que sepamos la respuesta antes de las vacaciones de verano.
Hay, sin embargo, una enorme lección política que ya se puede sacar de lo que han dicho los acusados en su testimonio y de los comentarios de otros como el Sr. Puigdemont en los medios de comunicación. Y más que otra cosa, es una lección para los votantes y simpatizantes del separatismo catalán, en Cataluña y en el resto del mundo, que tanto critican e insultan en momentos como este en Twitter y otros lugares. La lección es ésta: fueron engañados. Los líderes políticos que veneraron o que aún veneran mintieron, disimularon, escondieron la verdad y les hicieron creer que algo era posible o plausible o incluso legal cuando nunca lo fue.
Si hemos de creer a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que ha testificado esta mañana ante el tribunal, el 20-S y el 1-O y el 3-O de 2017, dos millones de personas en Cataluña se autoorganizaron, todos líderes de todos en un gran ejercicio de ciudadanía ejemplar. Si hemos de creer al diputado de Esquerra, Gabriel Rufián, tan sólo fue una excusa para coger el AVE a Barcelona y salir a comer. Y si hemos de creer a su compañero de filas, Joan Tardà, los tribunales se están vengando de un pueblo cívico, pacífico y democrático que sólo quería votar para su nuevo país. Nunca hubo ninguna "intención" de infringir la ley de protección de datos, como ha dicho Artur Mas, ni tampoco ningún plan operativo para tomar el control de las infraestructuras críticas o de los Mossos.
Carles Puigdemont, fugado de la Justicia española, que describe su situación como un "exilio autoimpuesto"—que no un exilio real—les dijo a la BBC hace unos días que "obviamente no ejecutamos el mandato del Parlamento catalán pero esa declaración esta ahí". Añadió que se "arrepiente" de haber suspendido la declaración de independencia el 10 de octubre de ese año, "eso claramente fue un error". El juez de instrucción, Pablo Llarena, apuntó ese momento y la suspensión en el auto de procesamiento que envió a los doce acusados a juicio, junto con otras dos: una declaración escrita ese mismo día 10 y otra el 27 de octubre.
Por lo visto todo era la gran nada.
"Es una paradoja", dijo el Sr. Puigdemont: "que yo soy un hombre libre que vive aquí en la Unión Europea y mis colegas se enfrentan a un juicio". No, no lo es. Una paradoja implica alguna falta de consistencia lógica difícil de explicar, mientras que la cadena causal de acontecimientos que llevaron al ex presidente autonómico a estar en Waterloo es muy sencillo: después de la declaración de independencia, salió por Gerona a tomar vinos y a saludar a los vecinos, y luego se metió en un coche y huyó a Bélgica, y desde entonces no ha regresado a España. Sus colegas no hicieron eso y se les envió a prisión provisional a la espera del juicio por rebelión. El Tribunal Supremo lo sabe, por eso judicialmente se le considera fugado, y por eso no ha regresado. El domingo, cuando la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, se fue—inexplicablemente—a Waterloo para hablar delante de "la casa de la República", ni siquiera tuvo el coraje de salir a darle la bienvenida, aunque sí dejó la puerta entreabierta.
Ninguno de los doce acusados parece saber cómo se organizó la logística de la votación del 1 de octubre o de dónde podrían haber salido las urnas o las papeletas, pero todos parecen tener muy claro que no se gastó dinero público en (no) organizar ese referéndum, y la mayoría ha argumentado que existía cierta contradicción y por lo tanto margen de maniobra entre el Estado de derecho y lo que creen o creían que era su "mandato político"; que, de alguna manera, en una interpretación equivocada de la evidencia histórica y el sentido común, la voluntad de lo que ellos creen que es "la gente" estaba por encima de la voluntad de los tribunales en una democracia. Eso es retórica totalitaria. Varios también han argumentado que la declaración de independencia no era real, sino que quedó todo en meras "intenciones políticas".
En países como el Reino Unido o Alemania, es incomprensible que los políticos se saltaran o torcieran o tergiversaran tanto la ley para lograr ese tipo de objetivos políticos. Si el Sr. Cameron hubiese rechazado la solicitud de un referéndum escocés, nadie con el que he hablado cree que Alex Salmond habría seguido de todas formas, con tan descarado, repetido y público desprecio por las órdenes judiciales.
El antiguo letrado mayor del Parlamento catalán, Antonio Bayona (está en la lista de testigos para el juicio), ha concedido esta semana una entrevista a La Vanguardia. "Se ha construido un imaginario en Catalunya" ha dicho: "como si estuviéramos en un estado autoritario, creando un mundo paralelo un poco fantasioso". Uno de los acusados, el presidente de Omnium Cultural, Jordi Cuixart, también ha usado esa expresión esta semana en el Supremo: "El pacto que el autogobierno de Cataluña, la Generalitat de Cataluña, forma parte genéticamente de este imaginario colectivo que tenemos como país".
Si después de la declaración de independencia del 27 de octubre se hubiese consolidado la idea aquella de la Primavera Catalana, si miles o decenas de miles o centenares de miles de separatistas hubiesen rodeado físicamente al Sr. Puigdemont en el Palacio de la Generalidad, si se hubiesen plantado, si se hubiesen negado a ceder nada, tal vez habrían tenido la oportunidad de convertir su sueño compartido en una realidad. Pero nunca lo hicieron. En el mundo real, Puigdemont huyó. En el mundo real, sus antiguos compañeros están haciendo todo lo posible ante el Tribunal Supremo para fingir que no vimos todos lo que vimos esas semanas. En el mundo real, Cataluña sigue siendo una comunidad autónoma de España y todos los ciudadanos de esa región españoles. ¿Los separatistas seguirán votando a líderes mentirosos que les venden esa gran república falsa?
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