La gravedad del juicio del procés desde dentro del Tribunal Supremo
(24/03/2019) Netflix used images of Spanish police officers in Catalonia documentary without permission and out of context
(Original published: 24/03/2019, 13:11)
Cuando Marchena suspende las sesiones a media mañana o a media tarde para un café, resulta que no bajan todos a la cafetería porque en el Tribunal Supremo no hay cafetería. No se sabe si los siete magistrados, que entran y salen por otra puerta, disponen de servicio aparte, pero el resto—letrados, abogadas del Estado, periodistas e incluso los tres acusados no presos (Santi Vila, Mertixell Borrás y Carles Mundó)—bajan a las máquinas que hay en un pasillo de la planta inferior.
Si hay muchas ganas, se puede pasar por los controles de la Policía Nacional para tomar uno fuera, y luego volver a pasar antes de que vuelva a empezar la sesión. Fuera, claro está, hay decenas de agentes custodiando la Plaza Villa de París, estando además la Audiencia Nacional enfrente. Dentro, y conforme uno se acerca a las estancias reservadas para la Causa Especial 20907/2017—el juicio del procés—más policías, casi en cada puerta. Incluso policías en la puerta de la sala de prensa, que es la siguiente sala a la de vistas donde se celebra el juicio.
Y hay tanto agente de la Policía Nacional porque hay que gestionar la entrada y salida de los acusados presos. Resulta que el único lugar dónde se les puede observar en directo, en persona, es dentro de la sala de vistas durante las sesiones. Cuando entran y salen del Salón de Plenos, los agentes encierran a los periodistas en la sala de prensa y colocan biombos en los demás pasillos para que nadie les pueda ver entrar o salir de las sesiones. No ya no hacerles fotos o preguntas: ni verlos.
El Salón de Plenos es una magnífica sala decorada al estilo barroco que impresiona e impone, con sus paredes recubiertas de seda de Damasco roja, las columnas de mármol, los altos techos, la oscura madera de las largas mesas en las que trabajan los abogados, o el rojo granate de los banquillos y las sillas.
Algunos acusados han elegido permanecer en esos banquillos—Cuixart, Sánchez, Rull, Forn, Turull etc., y otros no. Aunque se les ve perfectamente en la televisión, dentro de lo que es el espacio de la sala, Junqueras y Romeva están casi escondidos debajo de la gran pantalla a la derecha de los magistrados; también están los fiscales, la Sra. Seoane para la Abogacía del Estado, los letrados de Vox y los de las defensas, Van den Eynde, Pina, Melero, Arderiu, Roig y el resto.
Y en el centro de todo, enfrente de los acusados sentados en los banquillos, está el magistrado presidente de la Sala Segunda de lo Penal del Tribunal Supremo del Reino de España, al lado, o casi se diría bajo, la bandera, que representa a la nación y la Constitución que le otorgan esa inmensa autoridad que tiene. Marchena.
Hay mucho más calma y seriedad—incluso gravedad—dentro de la sala que lo que se ve o se percibe en los planos cortos de la televisión, con el énfasis que dan estos a las expresiones en las caras de los protagonistas, y aún siendo un acierto la decisión de retransmitir todo el juicio a la nación y al mundo.
"Llame por favor al Agente…", empieza Marchena, y entra por la puerta el agente de la Guardia Civil, de paisano, cuya identidad no puede ser desvelada ni retransmitida pero cuyo testimonio resulta de interés fundamental para la causa, para el examen exhaustivo de los hechos de 2017 en Cataluña.
El Agente 18 participó en el registro de Unipost, comenzando la intervención de su equipo aquel 19 de septiembre a las 07:00 horas. Encontraron "43.000 sobres, clasificados por distritos", parte de ellos con acuse de recibo (certificados), en el muelle de carga de la sede de la empresa en Tarrasa.
Fuera, "decenas" de personas que se habían congregado sobre las ocho de la mañana se convirtieron en "centenares" al poco tiempo. "No había visto una cosa igual en mi vida", relata el agente: "fue una ratonera". La actitud de la gente no era "para nada pacífica", según su testimonio, parecido incluso a los comienzos del "conflicto vasco", según la opinión de sus compañeros que habían vivido esa época de la historia reciente de España.
Conforme los Mossos d'Esquadra retiraron las vallas que obstaculizaban la salida de la comitiva judicial, la multitud las tiraba delante de los vehículos, varios de los cuales se quedaron atrapados durante unos instantes en una zanja que había en esa calle estrecha en obras: "no fue una cosa espontánea".
El siguiente agente en testificar, también de paisano, participó en el registro de unas naves en la zona de Can Barris en Barcelona, a las que accedieron con llave para encontrar varios palés de material, 9 millones de "papeletas para votar el 1 de octubre", con membrete de la Generalitat.
"Recuerdo la cara de odio de un señor mayor", relata el Agente 19, "como si le estuviéramos quitando algo a él y a su familia".
Fuera, les gritaban "fuera fuerzas de ocupación" o incluso "os mataremos", frase que repite el agente a una pregunta del Sr. Pina en el turno de las defensas.
Las cajas venían de Madrid de camino a la Generalitat, pero el agente no recuerda a qué departamentos exactamente. Sí recuerda, de nuevo, "una cara de odio muy grande" en aquel señor "de 75 años".
"Ya se puede Ud. marchar", le dice Marchena. El Agente 19, al igual que el Agente 18, se levanta, recoge su carnet y sale por la puerta, sin que nadie en España fuera de la sala de vistas haya visto su cara.
Marchena levanta la sesión para comer y cortan la retransmisión. Cierran la puerta de la sala de prensa y colocan los biombos. Dentro de la sala de vistas, los primeros en marcharse son los acusados presos. Turull, Rull, Junqueras y Romeva aprovechan mientras desfilan hacia la puerta para saludar cariñosamente, durante unos momentos, a los que han venido a verles en el juicio desde Cataluña. Se les ve animados, al menos al final de esa sesión. Cuixart se abraza brevemente con una señora con un abrigo azul.
Custodiados adecuadamente por el dispositivo de la Policía Nacional, se levantan las restricciones y el resto salimos de la sala y bajamos a la calle, libres, para comer y para reflexionar sobre lo que implica todo para el futuro de los 12 acusados—que se enfrentan a varias décadas en la cárcel si son condenados—para la historia de lo que pasó durante aquellos meses de 2017 en Cataluña, y para España como nación.