Se equivocan Rivera y Arrimadas al retirar lazos amarillos
(29/08/2018) La creación del "otro" es un paso, su deshumanización (bichos) o la creación de la emoción del asco (excremento, etc.), son otros.
(Original publicado: 29/08/2018)
Algo no me cuadraba el otro día al leer la—por otro lado—magnífica columna de Cayetana Álvarez de Toledo sobre los lazos. Recomendaba a Rivera, Arrimadas, Casado y Albiol salir a quitar lazos: «no tienen nada más importante ni más urgente que hacer que liderar, en persona, sobre el terreno, los pies en la calle, las manos llenas, la cara descubierta, la retirada de lazos amarillos de la faz pública de Cataluña. Incluso deberían hacerlo juntos».
Es una reacción muy entendible después de todo y viendo, como parece, que la situación separatista—lejos de solucionarse con el nuevo Gobierno socialista—amenaza con repetirse o con ir a más. La cuestión no es es si España tiene que vencer—el planteamiento separatista sigue siendo absolutamente irrealista y la Constitución sigue sin permitir la secesión—sino cómo se soluciona el problema, y qué implicaciones y consecuencias sistémicas tiene una opción u otra. Si pensamos en cómo debería funcionar un país moderno y cómo funciona actualmente en Cataluña, empezamos a ver respuestas, o al menos otras opciones.
A más noticias sobre los lacitos, más se calienta la situación, más se tiene la sensación de que hay que hacer algo, o de que se necesita una respuesta, o de que esto no se puede permitir ni un minuto más. Están los vecinos en la calle, poniendo o quitando lazos, y tenemos el incidente con la señora y la agresión en Barcelona—se ha llegado a la violencia física; la Fiscalía, los Mossos y la Policía Nacional toman cartas en el asunto; opina Torra desde Bélgica y opina Sánchez desde Chile; se escriben columnas, se comparten vídeos y se emocionan los ciudadanos.
El lenguaje que algunos empiezan a emplear—desde el "bichos" del alcalde de Ametlla de Mar hasta la columna en Crónica Global con la metáfora del excremento (“la guerra de los lazos”)—no ayuda, y no sólo porque lo diga yo, sino porque ese tipo de lenguaje y pensamiento en concreto está muy estudiado.
La creación del "otro" es un paso, su deshumanización (bichos) o la creación de la emoción del asco (excremento, etc.), son otros. Los que estudian los genocidios tienen claro cuáles son esos pasos, que incluyen la clasificación, la simbolización, la discriminación, la deshumanización y la polarización. En los años treinta, la propaganda nazi llamaba a los judíos ratas, y en los años noventa, la Radio Mille Collines describía a los tutsis como cucarachas.
Además de lo que sabemos sobre los pasos hacia el genocidio, tenemos las teorías sobre la escalada de conflictos más en general. El modelo de Friedrich Glasl, por ejemplo, describe nueve pasos en tres etapas (ganar-ganar, ganar-perder, perder-perder). Diría que en Cataluña, casi un año después del comienzo de la crisis separatista, España está bordeando un 7, a punto de entrar en el territorio perder todos.
Luego podemos leer el magnífico libro y teorías de Jonathan Haidt, The Righteous Mind, que descubrí el año pasado reflexionando sobre todo esto, y que Cayetana hace muy bien en comentar en su columna. Haidt describe el proceso de creación de grupos, de tribus morales, con una moralidad distintiva, y cómo piensan y reaccionan ante situaciones que ponen en cuestión valores como la autoridad, la justicia, la lealtad o la pureza, conceptos obviamente aplicables a la situación separatista.
De estos pensamientos salió el editorial el año pasado en The Spain Report sobre la vergüenza del 26-A tras los atentados. En ese momento quedaba claro que había un problema gravísimo. Ni una hora pudieron estar callados en memoria de las víctimas.
Si añadimos lo que denominé las “micromoralidades” que se crean o se potencian en Facebook o WhatsApp, percibimos una pequeña teoría sobre la escalada de estos conflictos, aparentemente de la nada, con cada grupo creyendo que tiene razón. Desde los WhatsApp y las consignas enardecidas hasta llegar a las manos, que es lo que acaba de pasar con los lazos en Barcelona.
Esta mañana, hemos visto las imágenes del comando quitalazos de anoche, vestidos no con pasamontañas o caretas V de Vendetta sino con trajes blancos anti-ébola y mascarillas, de lo que podemos deducir un significado basado no en la identidad o la revolución sino en la higiene y la protección biológica, frente a los sucios lazos separatistas que causan asco y que hay que limpiar.
El peligro en España en 2018 obviamente no es un genocidio, ni tampoco la "Balcanización" de España como escribían algunos hace años, pero sí quizás la "Norirlandización" de Cataluña. Es decir, una situación mucho peor que la actual, con algún nivel X de violencia inaceptable.
Un conflicto va a más cuando hay escalada, si un lado acepta el envite del otro, si entra al trapo y sube la apuesta. Comienza, o continúa, el círculo vicioso. Con los lazos en Cataluña hemos llegado a este punto y los vecinos sienten lógicamente que hay que hacer algo, que no se puede permitir más. ¿Dónde está su Gobierno?
¿Quién tiene la responsabilidad absoluta en un país moderno de evitar la selva, de evitar que se crean situaciones de absoluto conflicto físico entre ciudadanos? El Estado, que tiene el monopolio sobre el uso legal de la violencia y de la fuerza física a beneficio de todos.
Primero habrá que ver lo que dice la ley. Si se permite, como decía la Fiscal General el otro día, tanto el poner como el quitar o modificar los lazos, que todo es libertad de expresión, pero los vecinos están llegando a las manos en las calles por ello, España tiene un problema legislativo y social.
Si se decide que hay que quitar los lazos (u otros símbolos partidistas conflictivos) de las calles, deberían ser los servicios municipales de limpieza, o las mismas policías, quienes se ponen a retirarlos todos. Si, a pesar de eso, los ayuntamientos y las policías separatistas se oponen, España tendrá otro problema, institucional.
Cataluña, toda Cataluña, sigue siendo parte de España, y por lo tanto responsabilidad última del Gobierno de la nación, ahora en manos de Pedro Sánchez y el PSOE, pero la supervivencia de ese Gobierno depende del apoyo de los separatistas catalanes en el Congreso.
El Gobierno y el Estado tienen muchísimo más poder real que los separatistas, con toda la ley y toda la legitimidad constitucional en la mano, y deberían poder ofrecer una solución adulta y constructiva a todos los españoles, incluidos los ciudadanos separatistas.
De momento, faltan esa solución y esa responsabilidad institucional por parte del Gobierno del Sr. Sánchez, quien se debe a los votos de Esquerra, PdeCat (y PNV), así que de nuevo están indefensos los ciudadanos españoles no separatistas en Cataluña.
En ese contexto, y con las aportaciones de las citadas teorías, que salgan Albert Rivera e Inés Arrimadas (o Casado y Albiol, que ahora quizás no podrán resistirse) a quitar lazos es entrar al trapo, aceptar el envite de los separatistas, y escalar el conflicto. Para pescar votos les vendrá bien, y es entendible viendo el todo, pero no es una respuesta con sentido de Estado, como se suele decir, y aspiran a gobernar y a mejorar España. Los líderes políticos, y el Presidente del Gobierno el primero, deberían ser mucho más responsables; hay mucho en juego.