Vox, Olona, errores de liderazgo y las elecciones generales de 2023
Rivalidades destructivas, gestión incompetente, malas decisiones estratégicas. Vox no aprende las lecciones de Podemos y Ciudadanos de los últimos 10 años.
En las últimas elecciones generales en España en 2019, Vox obtuvo 3,6 millones de votos y 52 escaños en el Congreso, un 15% del total. Eso es más de lo que Podemos (3,2 millones, 42 escaños, 13%) y Ciudadanos (3,5 millones, 40 escaños, 14%) se llevaron en las elecciones generales de 2015, cuando eran los nuevos partidos estrella y el país se recuperaba poco a poco de la última crisis financiera con todo ese paro. Son muchas esperanzas y expectativas de los votantes que hay que intentar gestionar, además de la logística regional del partido, la selección de nuevos diputados leales al líder y los primeros escándalos que estallan en el camino.
Tanto Podemos como Ciudadanos han perdido desde entonces gran parte de su atractivo ante los votantes y sus dos líderes originales (Pablo Iglesias y Albert Rivera) hace tiempo que abandonaron el campo para probar otros proyectos en la vida, después de entusiasmar a diferentes partes del electorado español con la posibilidad de formar ellos un gobierno algún día. Podemos se ha fragmentado después de sufrir problemas estructurales internos a nivel del liderazgo del partido varias veces—el último siendo el nuevo vehículo electoral de la Vicepresidenta que llama Sumar—y ha bajado a un 10% de los votos en los sondeos. Ciudadanos tendrá suerte si sobrevive con algún diputado en las elecciones generales de 2023 con el liderazgo de Inés Arrimadas, o lo que ella entienda por esa palabra a estas alturas.
Ambos partidos pretendían también reformar o revolucionar de alguna manera el sistema bipartidista mayoritario existente que dominaba desde la Transición. Ambos han fracasado en ese propósito. El PSOE mantiene un 25% de los votos y el Partido Popular, con el nuevo liderazago de Feijóo en los últimos seis meses, alrededor del 30%. Ninguno se acerca de nuevo a la mayoría aún pero ambos siguen defendiendo su territorio de manera aceptable. Eso nos lleva a Vox, el siguiente nuevo partido nacional de los últimos 10 años a quien ahora le toca desafiar el statu quo. Desde que Feijóo se ha hecho cargo del PP, el partido de Abascal ha tenido sus problemas. Tres son dignos de mención.
Primero, Juan García Gallardo en Castilla y León. Nadie sabía quién era cuando se convirtió en el candidato autonómico de Vox hace siete meses justo antes de esas elecciones y parece que no tiene ninguna función específica en el ejecutivo regional más allá de ser el jefe local de Vox pero llegaron a la conclusión de que conformaba el perfil de derecha tradicional e identidad conservadora adecudo allí y ahora parece haber enfurecido a todos los demás partidos hasta el punto de que la semana pasada los diputados de la cámara regional abandonaron toda pretensión de cortesía parlamentaria en sus intercambios con él, con todos insultando a todos, y el presidente suspendió la sesión con un “Que se jodan”.
Segundo, los resultados en Andalucía en junio. Aunque mejoraron levemente sus resultados, de 12 a 14 escaños en la cámara regional, no cumplieron con las entusiastas expectativas que ellos mismos habían generado entre los votantes, como siempre hacen, con sus videos en las redes sociales, razonablemente hábiles a nivel de la propaganda, y sus aregnas populistas contra un grupo u otro. Los votantes, sin embargo, dieron una cómoda mayoría absoluta al líder del PP, Juanma Moreno. La candidata de Vox en las elecciones andaluzas, aprobada por la dirección nacional, lanzada en paracaídas desde Madrid para aquella campaña, fue Macarena Olona.
Y Olona es ahora el tercer gran problema de Vox.
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