Dos Reyes y dos discursos de Navidad
Carlos III habló de amor, religión, familia, fe y luz eterna. Felipe VI hizo sonar una alerta roja real sobre la división, el deterioro y la erosión de España.
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En los apuntes pos-navideños, hablábamos de cómo las vidas individuales y los grupos se convierten poco a poco en sociedades, naciones e Historia.
Tenemos la suerte de que dos reyes hayan transmitido sus mensajes de propaganda navideños pre-preparados a sus respectivos países durante las vacaciones para poder sopesar lo que cada uno creía digno de mención y qué conceptos o eventos deseaba intentar incrustar en la psique colectiva de su nación. Leyendo entre las líneas de las relaciones públicas reales, tal vez podamos incluso vislumbrar algún indicio de cómo cada hombre ve su propio papel como Jefe de Estado, como líder de todos, en ese lugar.
El intento de Felipe VI más que dobló en extensión al de Carlos III. El español se fue a 1.400 palabras frente a las 600 palabras más centradas del inglés.
Lo que más llama la atención es algo que se nota enseguida en el mensaje del Rey Carlos y que no se ve en ningún momento en el del Rey Felipe: la religión.
Las palabras de Carlos estaban llenas de fe, creencia, Cristo y la Iglesia. Unos jóvenes coristas cantaban en una capilla. Las imágenes editadas le mostraban físicamente dentro de la Capilla del Pesebre en la Basílica de la Natividad en Belén para reflexionar en silenciosa reverencia sobre el significado de la estrella de plata donde los cristianos creen que nació Jesús: “En el muy querido villancico O Pueblecito De Belén”, dijo: “cantamos que 'en tus calles oscuras brilla la luz eterna'”.
En el mensaje de Felipe, la única referencia a la religión, la fe, la Iglesia o cualquier cosa que pudiera insinuar algo quizás parecido al cristianismo, y eso desde muy lejos, era una sola mención de la palabra “Navidad” en el último párrafo, mientras se despedía, y una sola referencia a “Nochebuena” al principio. La única mención de "creencia" fue un "debemos creer en nosotros mismos" seglar y de autoayuda. Ahora llegaremos al por qué de eso.
El Rey Carlos combinó abundantes referencias religiosas y el concepto fundamental del cristianismo—el amor—con la Navidad, la familia, la comunidad y el servicio para aquellos británicos que contemplaban la existencia eterna con dulces navideños en la tarde del día de Navidad. El Rey Felipe comenzó con una conferencia festiva de 330 palabras (la mitad de todo el discurso de Carlos) sobre el deber (“seguir cumpliendo con esta tradición”), la geopolítica, Ucrania, la política de defensa y las relaciones europeas, mientras los españoles abrían el vino durante la cena de Nochebuena.
“La fe en Dios” llevaba a la “fe en las personas”, dijo Carlos sobre su “amada madre, la difunta Reina”, quien tenía una “creencia en el poder de esa luz” que él compartía “con todo mi corazón”. Eso le condujo, conceptual y retóricamente, a comentarios que elogiaban los esfuerzos de los británicos no reales al servicio del público en todo el país en distintas circunstancias: “la extraordinaria capacidad de cada persona para tocar, con bondad y compasión, las vidas de los demás y hacer brillar una luz en el mundo que los rodea” en “este momento de gran ansiedad y dificultad”.
En España, el Rey Felipe no mencionó en ningún momento a su padre, Juan Carlos, aún desterrado y en el olvido nacional en Abu Dabi, y convirtió su conferencia sobre Ucrania y la geopolítica europea en otra más larga sobre el derecho constitucional y los principios fundacionales, a través de los pesimistas temas principales de “la división”, “el deterioro de la convivencia” y “la erosión de las instituciones”. Eso no sonaba ni muy festivo ni muy positivo por parte del Jefe de Estado. Más bien una alerta roja real sobre cómo ve la política española.
“Lo primero—y una vez más—debemos tener confianza en nosotros mismos, como Nación”, dijo. Si el mismo Rey, en su principal mensaje televisivo de todo el año, retransmitido directamente a millones de familias mientras se sientan para la cena de Navidad, y aunque sea de fondo mientras todos se lanzan a por las gambas y la langosta, dice cosas como “un país o una sociedad dividida o enfrentada no avanza, no progresa ni resuelve bien sus problemas, no genera confianza”, no tambalea sólo la gelatina navideña.
Si el Rey grita al país que la división y el enfrentamiento son un peligro, entonces el Rey debe observar eso y creer que tiene su significado existencial nacional. Si las instituciones raquíticas y las advertencias sobre una amenaza general a la unidad son el mensaje festivo este año, entonces el estado subyacente de España como nación es muy diferente al estado subyacente del Reino Unido como nación. Se supone que un monarca británico, además de beneficiarse de varios siglos de tradición ininterrumpida, debe permanecer por encima de o alejado de la política. El monarca español moderno sólo ha ocupado su lugar constitucional desde hace 44 años y a menudo hace comentarios que son relevantes para la política nacional.
“Todo el nuevo escenario que vivimos”, dijo el Rey Felipe: “la guerra, la situación económica y social, la inestabilidad y las tensiones en las relaciones internacionales– está causando en nuestra sociedad, lógicamente, una gran preocupación e incertidumbre”. La respuesta del Rey Carlos al "momento de gran ansiedad y dificultades" fue "la humanidad de las personas en todas nuestras naciones y la Commonwealth que responden tan inmediatamente a la difícil situación de los demás", lo cual fue también su única referencia evidente al concepto de "nación".
También pareció destacable la cantidad de veces que Felipe VI expresó compromiso u obligación: “debemos tener confianza en nosotros mismos, como Nación”, “ni deben caer en el olvido”, “que debemos proteger”, “debemos tener razones para mirar al futuro con esperanza”. ”, o “debemos seguir compartiendo objetivos”. La obligación no es el deseo ni la voluntad.
Ambos monarcas percibieron problemas sociales pero uno se sintió atraído por una narrativa de división, deterioro y erosión y el otro hacia la luz brillante del espíritu humano ejemplificado por el amor en una variedad de tradiciones religiosas entre las personas en familia y en la sociedad en Navidad. El monarca como figura representativa ejemplar de los valores humanos universales, muy por encima de las disputas políticas o geopolíticas mundanas, frente al monarca como árbitro constitucional del más alto nivel en una nación en la que muchos políticos tienen la intención de dividirla para beneficio personal o partidista.
Es inverosímil imaginar cualquiera de los dos discursos reales en el otro país: Felipe VI hablando de religión, fe, amor, luz eterna y servicio o Carlos III advirtiendo del riesgo político de la división y erosión de la nación misma.
¡Oh, pueblecito de Belén, durmiendo en dulce paz!
Los astros brillan sobre ti con suave claridad;
Mas en tus quietas calles hoy surge eterna luz,
y la promesa de salud se cumple ya en Jesús.(El villancico O Pueblecito de Belén, referenciado por Carlos III)
“Creo que, en estos momentos, todos deberíamos realizar un ejercicio de responsabilidad y reflexionar de manera constructiva sobre las consecuencias que ignorar esos riesgos puede tener para nuestra unión, para nuestra convivencia y nuestras instituciones. No podemos dar por hecho todo lo que hemos construido. Han pasado ya casi 45 años desde la aprobación de la Constitución y claro que han cambiado, y seguirán cambiando, muchas cosas. Pero el espíritu que la vio nacer, sus principios y sus fundamentos, que son obra de todos, no pueden debilitarse ni deben caer en el olvido.”
(Felipe VI)
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